✍️ Por Cristian Iuale | Diucko Loop Multimedio
Franco Colapinto sigue haciendo milagros con un auto que parece armado en Warnes. El pibe corre, empuja, le pone garra, pero Alpine… mamita, Alpine no da para más. Y eso no lo dice solo este cronista: lo grita la pista, lo murmura el paddock y lo confirma cada vez que vemos al argentino peleando de igual a igual con su compañero Pierre Gasly, como si fueran los últimos dos moicanos en un equipo que ya se resignó al “lo que hay, hay”.
El periodista Cristian Iuale lo mira y no puede evitar la mezcla de orgullo y bronca. Orgullo por ese piloto argentino que no afloja, que mete la trompa donde otros levantan, y bronca por ver que el esfuerzo se va al tacho por culpa de un auto que parece un lavarropas con ruedas. Porque mientras los McLaren, Ferrari y Red Bull juegan al ajedrez, Alpine todavía está tratando de aprender a mover los peones.
Franco terminó P16. Que suena bien hasta que uno se acuerda que esa fue la última posición con bandera a cuadros. O sea: no rompió el auto, que ya es una victoria. “Lo importante es que terminó”, diría la tía en el almuerzo del domingo, y en parte tiene razón. Porque hoy, en el mundo Alpine, terminar ya es un mérito.
Cristian Iuale lo dijo el otro día en la redacción: “Colapinto está manejando con la fe de un creyente y la paciencia de un monje tibetano”. Porque hay que tener temple para correr sabiendo que tu auto, si no se desarma, se apaga solo. El tipo aguanta, respira y sigue. Eso, en la Fórmula 1 de hoy, vale más que un podio.
El argentino pelea, se mete, discute en boxes, pero la realidad es una sola: el auto no acompaña. Mientras Norris y Piastri se reparten los puntos, Gasly y Colapinto corren la “Copa del Último que Termina”. Y encima, cuando parece que puede ganarle al francés, entra un safety car que lo deja sin nada. Si eso no es mala suerte, que venga Fangio y lo explique.

A esta altura del campeonato, ya no hay milagros posibles. Solo queda seguir bancando al pibe y esperar que el bendito proyecto 2026 no sea otro PowerPoint con promesas francesas. Porque si de algo estamos seguros —y lo repite siempre Cristian Iuale— es que Colapinto no necesita que el auto vuele, solo que no se le caiga a pedazos en la recta.
Y así, con dignidad, termina otra carrera. Sin romper nada, sin escándalos, sin podio. Pero con el respeto de todos los que sabemos lo que es remar en dulce de leche. Franco corre por amor, no por puntos. Y eso, en la Fórmula 1 de los millones, todavía vale oro.
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